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La Farándula.
texto: Kevin Beovides Casas Todo el mundo quiere ser artista. Todos. Está de moda. O algo. Conozco no menos de cien personas que se
volvieron artistas de pronto, más o menos como mismo se
convertían las brujas en cristianas frente a la hoguera. Al
caso, de pronto, a todo tren. Un día son, bueno, lo que
fueran, y al otro son artistas hechos y derechos, como por arte de
magia, con todos los tics incluidos. Todos quieren ser artistas,
¿verdad? ¿Y tú? El proceso es más o menos así. Primero vienen al mundo
llenos de ilusiones. Criaturas sin mancha, tiernecitas como la masa del
pan. Poco a poco les dejan en claro que son bichos vulgares en un mundo
vulgar donde todos son vulgares e iguales. Descubren entonces que son
inútiles, completa e irremediablemente inútiles.
Incapaces de hacerse de una profesión. Biológicamente
incapaces de aprenderse la tabla del 9. Aún menos, de entender
las derivadas. Los que no saben si son gay o gansos. Los de pensamiento
branquial o sentimientos huecos. Fracasos sociales de todo tipo: Los
que tienen padres de mierda. Los que no saben cómo cogerse a una
chica. Los que no tienen amigos, o les gusta más tener enemigos.
Los que no saben bailar casino o no les gusta. Todos quieren ser artistas. Refugio de perdedores. Paraguas de los
débiles e incomprendidos. Todos. Debe ser una moda o algo. Entonces deciden ser artistas. Lo primero es la vestimenta adecuada,
cuidadamente descuidada. Dos horas frente al espejo para que el
pantalón roto quede exactamente donde va. Otra
desacomodándose el pelo. Después se aprenden unas cuantas
palabras raras y tratan de leerse a Lezama o a Gunter Grass o a Thomas
Mann. Fracasan por supuesto, o peor, consiguen llegar a la
última página.
Yo me imagino que en algún momento la gente descubra que Thomas
Mann no es para leérselo. O sea, no se supone que uno se lo lea.
Se supone que uno tenga un ejemplar en el librero. Hasta se puede tener
la versión original, sin traducir. Pero no hay ninguna necesidad
de leérselo, créanme. Lo mismo pasa con Lezama. De un
tiempo a acá los intelectuales piensan que es una suerte de
exigencia dispararse Paradiso, y no bastándoles con sufrirlo en
silencio, sienten la punción de citarlo en público.
Debería existir alguna ley que prohibiera eso, porque es un
verdadero abuso estar hablando y que alguien diga de pronto
frónesis o pathos o tekné, sólo para demostrar que
sabe como se pronuncian. Vamos, hombre, así no hay quien se
entienda, o acabaremos todos hablando en latín. Todo el mundo quiere ser artista. Todos, es una moda o algo. Supongo. También es una buena forma de irse del país. Traficar con
la imagen del artista. Con la nostalgia del Romanticismo, con la imagen
del incomprendido (se puede tener imagen de incomprendido y ser un
incomprendido, pero está claro, para cualquiera que sepa aunque
sea un poco psicología, que una cosa no sigue necesariamente a
la otra y que en esencia son completamente distintas). La imagen del
poeta perdido, del pintor ignorado, del escritor profundo.
Clichés gastados pero efectivos como una bala, cuando se trata
de matar jugada. Por otra parte se preocupan por las críticas antes de hacer
ninguna obra. Su nombre publicado es una bendición, que merece
una mamada a domicilio. Y su foto en un periódico un trabajo
completo. ¿Por qué? Porque el arte es diversión.
Se juega a hacer. Parecería que uno se equivoca y ¡puf!
obtiene una verdadera obra de arte. Así que vamos a bailar,
vamos a tomar alcohol (después de todo ¿no eran adictos
los grandes?) y vamos a templar. Porque el arte es divertido. Y porque
todos quieren ser artistas, ¿así quién no? Mierda. Mierda sobre mierda. Todos, absolutamente todos quieren ser artista. Así, ¿quién no?
Yo soy artista: el pulóver. No hay nada de divertido en reventarse el lomo escribiendo durante dos
horas. Es un suplicio. - Los persas, que eran muy imaginativos cuando
se trataba de mortificar al prójimo o de matarlo, si hubieran
sido gente de libros hubieran inventado una ingeniosa tortura: obligar
al prisionero, bajo la amenaza de un hachazo, a escribir un libro de
sonetos o una buena novela. Estoy seguro de que las más de las
veces el condenado habría preferido eventualmente el filo del
metal.- Sólo cuando se acaba se siente verdadero placer (y
quizás sólo por contraposición). Escribir una
sonata es equivalente a extraerse una muela. Tocar bien la guitarra, el
saxo, o las maracas, requiere de mil doscientas setenta y cuatro horas
de estudio según los profesores de Pricenton. Y al final se
tiene a cambio sólo una banal supositorio de orgullo. Todos
quieren ser artistas. Todos. Debe ser una moda, como los 70, o como los
aretes. Es tan bonito. Tan chic. Eso de verlo todo desde arriba, como
un verdadero artista.
Historias Relacionadas: Alain
conoció a una extranjera en el mismo ambiente que tanto detesta.
Les ahorramos una historia de amor poco interesante (además, un
friki enamorado es algo lamentable) para contarles que finalmente la
chica lo sacó del país. Vea además, Los que se Quedan.
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