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Ron a las Piedras.
texto: Kevin Beovides Casas Estaba ya bastante borracho cuando llegé al edificio. Ella vivía en el tercer piso. La luz que escapaba a través de las persianas de su cuarto, era atenuada por una tela de encaje. No recordaba cortinas en aquella habitación y eso que más de una vez había pasado allí la noche. Ya no volvería a ocurrir; de esto, al menos, estaba seguro. Destapé el pepino y me di un trago como marea. Era un ron fuerte. Volví a tapar el pomo y comprobé que apenas quedaban unos dedos de alcohol en el fondo. Una oleada de nauseas me hizo tambalearme, un temblor nervioso recorrió mi cuerpo, contrayendo los músculos; esperé acuclillado a que el mareo desapareciera. Cuando huve recobrado el control sobre mis miembros, me puse a hurgar en el suelo. Revisé los jardines y el parqueo que hacía de entrada. Recogí tres piedras como puños. Pesé mentalmente la primera, tomé puntería y la lancé. El proyectil impactó la pared con un ruido seco. Se oyó un murmullo creciente y la puerta del apartamento tronó. Una vieja con un torniquete en el pelo se asomó a la escalera. - ¿Qué haces! Ni siquiera reparé en la mujer. Por toda respuesta lancé otra de las piedras. - ¿Qué te pasa? ¿Estás loco? - ¿Quién eres tú? - pregunté, pero de inmediato comprendí que no me interesaba en lo absoluto. - Llámala. Dile que salga. - ¿Que salga quién? - ¡Dile que voy a tumbarle las estrellas que le regalé! - y tiré con todas mis fuerzas la tercera piedra. - Apunta más alto, cabrón; que lo que vas a tumbar es el edificio. - gritaron desde alguna parte. - Esto no es problema tuyo. - En un edificio todo es problema de todos. Decidí ignorar la voz y empecé a buscar en el piso otra piedra. La vieja, que comprendió perfectamente mis intenciones, empezó a gritar frenética: - ¡Te voy a llamar a la policía! ¡Te voy a llamar a la policía! - ¡Dile a Malena que salga! - ¡Aquí no vive ninguna Malena! - Ah, ¿no? - ¡Te voy a llamar a la policía! - Oye, bárbaro, - volvieron a gritar desde quién sabe cual lugar - Malena vive en el edificio de al frente. Giré sobre sí mismo confundido. Era cierto. - Pero no empieces con la gracia de las piedras de nuevo, ella no está ahí. - ¿Qué? - Se fue esta mañana. Iba con maletas y todo, así que por lo menos no vuelve en unos días. Dejé caer las piedras con cansancio. Destapé la botella y me tomé lo que quedaba de un buche. Casi me ahogo. Cuando logré asir de nuevo el cuerpo, sólo se me ocurrió disculparme, pero parecía ridículo. Así que me di media vuelta y empecé a andar. De pronto me detuve, una duda se removía en mi mente. Me volví y grité: - ¡Oye, tú! - ¿Qué? - me respondieron desde algún punto invisible. - ¡Sabes dónde puedo comprar ron en este barrio? Historias Relacionadas:
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